SER EL PROTAGONISTA

Lo de ser protagonista está como mal visto, ¿verdad? ‘Llamar la atención’, o ‘ser el centro de todas las miradas’ son expresiones que usamos para descalificar la actitud de los demás. Algo que no va con nosotros, que se nos antoja poco elegante e incluso de mala educación.

Siendo así las cosas, no es nada extraño que nos cueste hablar en público.

Y siguiendo la lógica de un pensamiento tan extendido, disfrutar del hecho de comunicarse en público se nos antoja incluso peor: acaparadores; indiscretos y rebeldes. ‘No sólo era el centro de todas las miradas, sino que además ¡se regocijaba con ello!’, exclamaría una dama victoriana de la alta sociedad.

PROTAGONISTAS vs AFÁN DE PROTAGONISMO

Por si no te habías dado cuenta, cuando hablas en público ERES el protagonista. Y así es como debe ser. Para eso estás allí. Para eso te han llamado/escogido/citado. Para eso han convocado al público: para que te escuche. A ti. Quizá no seas el único orador, pero puedes creerme si te digo que, cuando tomas la palabra, el centro, el foco, el protagonismo y la atención del público estarán sólo contigo. E insisto: así es como debe ser.

Dicho esto, pregúntate: ¿es de mala educación reclamar la atención cuando la atención está (y debe estar) en ti? ¿Es de mal tono asumir el protagonismo cuando eres el protagonista? Déjame usar otros términos: ¿culparías a un cocinero por cocinar? ¿A un escritor por escribir? ¿A un programador por programar? Pues esa es la idea cuando tomas la palabra ante un auditorio: que PROTAGONICES; que tomes el mando de las argumentaciones, las ideas, las emociones… Que tomes el mando de la comunicación.

Esa es la diferencia entre ser protagonista y el afán de protagonismo. Y es que, como su propio nombre indica, el que se ‘afana’ en conseguir algo… ¡es que no lo tiene!

LADRONES DE ATENCIÓN

La actitud que identificamos con el afán de protagonismo u otras (monopolizar una conversación, acaparar la atención o la necesidad de destacar) y que, en general tachamos como poco deseable, tiene más que ver con el robo: en una cena, una fiesta o en cualquier otro entorno social, alguien ‘roba’ o reclama en exclusividad algo que es de todos, y por tanto es justo que se reparta: la atención. Y sí, eso es injusto. Y probablemente de mal tono (aunque hay que reconocer que esos ‘acaparadores de atención’ nos han salvado la noche a todos en alguna ocasión).

Ahora bien, si eres el protagonista no hay robo posible: la atención, el centro y el foco están ya en ti. Y, por si hubiera alguna duda, estás en un escenario (es decir, han elevado tu posición respecto al público), y se han ocupado de iluminar el espacio en el que estás para que se te vea mejor. Y eso no significa que te estés afanando en protagonizar nada, ni que estés acaparando ni monopolizando: significa que debes entender adecuadamente la situación y obrar en consecuencia.

Desgraciadamente, acostumbramos a hacer el recorrido inverso: como identificamos el protagonismo con algo socialmente poco aceptable, dejamos que esa percepción se traslade también al momento en que SOMOS y HEMOS DE SER los protagonistas. Y eso, querido lector, no te hace ni más discreto ni más educado: simplemente merma tus capacidades. Y te muestras tímido e inseguro cuando debes tomar las riendas. Y se te va la voz, y te mueves con torpeza. Y pierdes credibilidad y efectividad, proyectando justamente la imagen profesional contraria a la que quieres proyectar.

Por eso es imprescindible que cambies el chip. Que entiendas la situación con nitidez, y que te comportes como lo que eres: el orador; el ponente; el ‘PROTA’ de tu presentación.

‘A más ver…’